Para muchos
Mdina es la ciudad más bella de Malta. Antiguamente formaba parte de
Rabat, pero los árabes la amurallaron y la convirtieron en una ciudad fortificada. En los palacios de la ciudad todavía vive la nobleza maltesa.
La entrada a la ciudad se hace por la
Puerta Principal, una construcción de 1724 de estilo barroco.
La otra puerta de la ciudad es la
Puerta Griega que toma su nombre de una comunidad griega que vivió en las inmediaciones.
La catedral barroca de
San Pablo es el principal edificio religioso de la ciudad. Al lado hay un interesante museo catedralicio que guarda una magnífica colección de grabados de Durero y una pinacoteca de autores de segunda fila poco interesante.
La cúpula de la catedral está decorada suntuosamente y el suelo está totalmente ocupado por lápidas de los prelados de la ciudad.
La plaza de la catedral está rodeada de casas señoriales y palacios.
A
Mdina la llaman la
Ciudad del silencio, cuando las hordas de turistas procedentes de los cruceros atracados en
La Valletta abandonan la ciudad la tranquilidad se adueña de las calles.
Cerca de la
Puerta Griega, en
Rabat, se encuentra la
Domus Romana, un pequeño museo que muestra los vestigios de una antigua casa romana. El mosaico encontrado en el patio es excelente y justifica la visita.
A diferencia de
Mdina, que permanece anclada en el pasado,
Rabat se ha convertido en una ciudad moderna, aunque conserva muchos rincones por los que parece que no ha pasado el tiempo.
Entre los atractivos de esta parte de la ciudad destaca la
iglesia de San Pablo, donde se venera la gruta en la que supuestamente vivió el santo después de su naufragio en costas maltesas.
Se conservan también algunas catacumbas paleocristianas como las de
San Pablo o las de
Santa Ágata. En las plazas de
Rabat encontramos puestos típicos que dan un aire provinciano a la ciudad.