Cuentan que a
París la llaman la
Ciudad de la Luz desde que
Luis XVI ordenó colocar más de 3000 linternas en las calles, algo que no era habitual en ninguna otra ciudad europea. Ahora el epíteto sigue siendo válido aunque por razones bien distintas, basta ver los casi 300 kW de iluminación de la
Torre Eiffel o la iluminación navideña de los
Champs Elysées.
En el horizonte parisino destacan varios edificios, entre ellos el perfil blanco del
Sacré-Coeur, que se alza en el punto más elevado de la ciudad. Una basílica construida para recordar a los 58.000 caídos en la
Guerra Franco Prusiana y en la que hay grupos de fieles que se turnan noche y día para rezar sin descanso por las almas de los difuntos.
Muy cerca de la basílica se encuentra la plaza de
Montmartre, donde docenas de pintores callejeros reclaman la atención del turista y donde a cada paso es fácil encontrar un rincón pintoresco. El nombre le viene a este barrio por
St. Denis, el obispo de
París al que decapitaron aquí y que una vez decapitado cogió su cabeza entre sus brazos para no ser enterrado en tan impía tierra. Desde entonces se conoce a este monte como
monte del mártir Montmartre.
Otra estampa sobresaliente del perfil de
París es su figura más emblemática, la archiconocida
Tour Eiffel, una mole de hierro de 320 metros de altura que se divisa desde cualquier parte de la ciudad.
Por la noche la iluminan como si fuera un árbol de Navidad durante diez minutos cada hora.
La catedral de
Notre-Dame es el corazón de la
Île de la Cité, la isla del
Sena. Una auténtica joya del arte gótico con impresionantes vidrieras y una sugerente galería de gárgolas y quimeras.
Las gárgolas y quimeras fueron colocadas en el siglo XIX por el arquitecto
Viollet-le-Duc para espantar el mal.
Desde las torres se disfruta de una impresionante vista, al fondo destaca el
Gran Arco de la Défense y el
Arco del Triunfo, dos de los tres arcos situados en línea recta en las grandes avenidas de
París
Los museos de París requieren un artículo por sí mismos, he tenido ocasión de visitar el
Louvre y el
Musée d'Orsay. Es imposible visitar todo el
Louvre en un día, yo pasé más de nueve horas en el museo y aún me faltaron varias salas por ver. Lo más llamativo es el poder de los iconos entre la gente, la sala de la
Gioconda estaba repleta de curiosos, mientras que en otros cuadros de
Leonardo, mucho más interesantes para mi gusto, no había nadie.
Otro museo interesante es el de arte moderno, que se encuentra en el vistoso edificio del
Centro Pompidou, con sus llamativas tuberías de colores y su escalera exterior transparente.
En la
Place Pigalle encontramos una preciosa entrada de metro en estilo art nouveau y muy cerca el famoso cabaret
Moulin Rouge.