Revisando ayer la lista de lugares
Patrimonio de la Humanidad descubrí que se ha incluido el
Observatorio astronómico de Tartu (Estonia) que
tuve ocasión de visitar en 2005.
La razón para incluir este observatorio estriba en la importancia que tuvo a la hora de realizar una medición precisa de la Tierra mediante un arco geodésico que pasaba precisamente por éste lugar. El arco es un conjunto de triangulaciones que se extiende por diez países, a lo largo de 2.820 km, desde
Hammerfest (Noruega) hasta el
Mar Negro. Lo componen los puntos de la triangulación realizada entre 1816 y 1855 por el astrónomo
Friedrich Georg Wilhelm Struve, que constituyó la primera medición precisa de un largo segmento de meridiano. Esta triangulación contribuyó a definir y medir la forma exacta de la Tierra y desempeñó un papel importante en el adelanto de las ciencias geológicas y la realización de mapas topográficos precisos. El sitio inscrito en la
Lista del Patrimonio Mundial comprende 34 de los puntos fijos originales señalados de distinta manera: perforaciones en rocas, cruces de hierro, túmulos y obeliscos.
El arco de Struve es uno de los logros científicos y técnicos más avanzados de su época y ha servido para conectar durante dos siglos a los países desde el
Mar Negro al
Océano Ártico y gracias a esta inclusión en el
Patrimonio de la Humanidad seguirá haciéndolo en el futuro.
Además de la cúpula del observatorio, que forma parte del arco geodésico (el arco pasa por el meridiano de
Tartu a 26º43' E), se conservan otros dos puntos más en
Estonia. En total se conservan 34 puntos que corresponden a toda la triangulación.
Tartu es una tranquila ciudad universitaria del centro de
Estonia, muchos de sus edificios históricos están ligados a su Universidad.
La plaza del
Ayuntamiento tiene un discreto encanto provinciano, con su desenfadada fuente que es un homenaje a los cientos de estudiantes que llenan sus calles.
También llama la atención la cantidad de estatuas de distintos estilos que decoran los rincones de la ciudad.
Por la ciudad pasa el río
Emajõgi y sus alrededores siguen la tónica general del país, una inmensa planicie poblada de abedules y las nubes más bonitas que jamás he tenido ocasión de ver.