Quedan catorce torres de las setenta y dos que hubo antaño en
San Gimignano, estos rascacielos de piedra confieren a esta bella localidad toscana el título de
Manhattan medieval.
La altura de cada torre denotaba el prestigio de la familia que la edificaba, en las encarnizadas luchas de poder que mantuvieron
güelfos y gibelinos, las torres también tenían una finalidad bélica. Y los vencedores no dudaban en demoler las torres enemigas cuando salían victoriosos.
La
Plaza de la Cisterna siempre ha sido la plaza mayor, desde donde la ciudad se abastecía de agua gracias al pozo construido en 1346. La plaza conserva parte del pavimento de ladrillo original del siglo XIV y está rodeada de palacios medievales, uno de ellos alberga un tétrico
Museo de la Tortura, situado en la
Torre del Diablo, como no podía ser de otro modo.(La entrada al museo es muy cara y además no dejan hacer fotos, la mayoría de las piezas son reproducciones, así que no merece mucho la pena visitarlo).
Junto a la
Plaza de la Cisterna se encuentra la
Plaza del Duomo que cuenta con varios edificios importantes: el
Palacio del Podestà, la casa del comandante de la ciudad y el
Palacio del Pueblo, además de la
Colegiata de Santa María Assunta en la que se pueden admirar los frescos de
Domenico Ghirlandaio.
Cuentan que los orificios que todavía se pueden ver en los muros de las torres se utilizaban para construir pasarelas entre las torres de las familias aliadas, que podían así reunirse rápidamente en caso de alerta.
Entrar en
San Gimignano es hacer un viaje en el tiempo, las restauraciones de la UNESCO han recuperado algunas de las torres dañadas y paseando por estas calles uno tiene la impresión de estar en el escenario de una película de capa y espada.